Por José Luis Hernández. Fotos: ACB Photo-E. Cobos y S. Gordon.
Aguere-La Laguna (Tenerife), 18 de marzo de 2024.
Actualizado a las 14.24 GMT
No puedo evitar sentir una profunda admiración por aquellos baloncestistas que van más allá de la cancha, que trascienden las estadísticas y los resultados para convertirse en verdaderos ejemplos de grandeza humana. En este sentido, Gio Shermadini es uno de esos jugadores que deja una huella imborrable no sólo en el mundo de la canasta, sino en el corazón de quienes tenemos el privilegio de seguir su carrera deportiva, máxime vistiendo la camiseta de nuestro Canarias.
Con veinte distinciones como Mejor Jugador de la Jornada en la Liga Endesa, como último logro entre una extensísima lista de entorchados, Gio no sólo es un referente en el juego de la escuadra lagunera sino también una pieza fundamental en los éxitos recientes del quinteto amarillo y negro. Su impacto sobre el parqué va más allá de los puntos anotados, los rebotes capturados o los tapones colocados; es su capacidad para liderar, inspirar y conectar con sus compañeros, también con la grada, lo que lo convierte en un verdadero tesoro para el club tinerfeño.
Una de las asociaciones más mágicas que hemos tenido el placer de presenciar en el baloncesto contemporáneo es la que Shermadini forma con Marcelinho Huertas. A mí me encanta llamarla la ‘Dupla de Oro’, una conjunción casi astronómica que deslumbra con su calidad, su compenetración y su habilidad para leer el juego. La forma en que se complementan el uno al otro en la cancha es un verdadero espectáculo para la Fiebre Amarilla y una auténtica pesadilla para los rivales.
Sin embargo, lo que realmente distingue a Shermadini no es sólo su habilidad para jugar al baloncesto, sino su profunda y cercana relación con todo su entorno. Es una persona sencilla, amable, afable y, sobre todo, humana. Su capacidad para mantenerse fiel a sí mismo y para valorar las relaciones personales por encima de los logros deportivos es algo que merece toda nuestra admiración.
Personalmente, tengo el privilegio de llevarme muy bien con él, de hecho tenemos un almuerzo pendiente, y cada encuentro me ha dejado una impresión más profunda de su grandeza como ser humano. Recuerdo con emoción, por citar algún ejemplo, cómo me regaló su camiseta de la selección de Georgia durante su participación en el último Eurobasket. Aquel gesto desinteresado hablaba más sobre su generosidad y su humildad que cualquier jugada espectacular en la cancha. También guardo con cariño el recuerdo de cuando me llamó para darme sus tenis de color rojo, aquellos que tanto deseaba tener para exponer en mi Museo del Baloncesto. En ese momento, entendí por enésima vez, que Shermadini no solo es un gigante y una estrella en la cancha, sino también un gigante y una estrella en el corazón de quienes tenemos el privilegio de conocerlo.
Creo que con estas palabras queda claro que mi admiración por ‘Sherminator’ va mucho más allá de su destreza en el baloncesto, que es abrumadora. Es un ejemplo de grandeza humana, de compromiso con nuestro equipo y de generosidad hacia quienes lo rodean. Su legado perdurará mucho más allá de su carrera deportiva, inspirando a futuras generaciones de jugadores a ser no sólo grandes atletas, sino también grandes personas.